16.4.13

Lo que el agua se llevó...

Entre los días 2 y 3 de abril pasados, la ciudad de La Plata vivió la tragedia más grande de su historia, tras un fuerte temporal.

Hace exactamente dos semanas viví una experiencia de esas que uno siempre ve por el noticiero pero que nunca se imagina que le pueda tocar. Eran las cinco de la tarde de un martes como cualquier otro y yo disfrutaba del fin de semana XXL. Ese mismo día Saint Laurent había dado a conocer su Music Project, una iniciativa que nucleaba a distintos exponentes del rock y los inmortalizaba, bajo la lente de Hedi Slimane, en una campaña en la que moda y música se unían de manera desprolijamente exquisita. Como amante del fashion business, estaba obsesionada con la propuesta, investigaba y leía sobre los músicos que participaban. También intercambiaba tuits con un chico que me recomendaba escuchar a Patti Smith e, inmediatamente, incursionaba en la música de la andrógina poetiza, a través de las melodías de su primer álbum, “Horses”.
El tracklist estaba llegando a su fin cuando, de repente, escuché muy cerca un movimiento de agua que me sorprendió. Hasta el momento parecía una lluvia como cualquier otra, pero en ese instante fue cuando comenzaron a entrar, por debajo de la puerta, los primeros centímetros de agua. Todos los ambientes se iban mojando de manera progresiva y lo primero que atiné a hacer fue levantar a la cama las seis o siete pilas de revistas que tenía en el piso de mi habitación, una colección de ejemplares de distintas editoriales, fechas, idiomas y países. Eso, y los zapatos que tenía debajo de la cama o alguna otra cosa que pudiera estar tirada.
El agua avanzaba por toda la casa y con mi papá resguardábamos cada cosa que se pudiera mojar, subiéndola a las camas y a las mesas o metiéndolas en los guardarropas. Todavía no se habían llegado a mojar nuestros tobillos, pero ya estábamos súper (pre)ocupados por salvar las cosas que se pudieran arruinar. Los últimos cajones de las mesitas de luz y de los muebles, alfombras, cables, juguetes y la mochila del colegio de mi hermana de 7, el palo de hockey de mi hermana de 13, cualquier cosa.
Hasta ahí, lo que pasaba no era muy distinto a lo que ya nos había pasado en enero de 2002 cuando, una mañana, mi papá se despertó con un ruido extraño que, enseguida percibió, era el agua que sumaba unos diez centímetros en toda la casa, agitada por las paletas del ventilador. Se estaba repitiendo el mismo episodio que durante el almuerzo de ese mismo día habíamos recordado, cuando veíamos en la tele que varios barrios de capital federal se habían inundado.


El auto, estacionado en la entrada, se volvió loco. Subía y bajaba las ventanillas, prendía las luces y sonaba la alarma cada diez minutos. El agua ya nos llegaba a las pantorrillas y, sin entrar en pánico, entendimos que era necesario resguardar los colchones. Para eso, tuvimos que sacar todo lo que estaba arriba de ellos con sumo cuidado porque si se caía algo no se caía al piso, ¡se caía al agua! 
Todas esas cosas las pusimos arriba de muebles y, uno a uno, subimos todos los colchones arriba de la mesa de la cocina, con el de dos plazas como base. También televisores, computadoras y cámaras de fotos, a distintos muebles. Seguimos recorriendo la casa, completamente a oscuras, en busca de más cosas por salvar. Reproductor de DVD, play station, equipos de música, todo lo poníamos arriba de mesas, creyendo que el agua nunca llegaría a esa altura.
A todo esto, mi hermanita de siete años, acostada en un sillón, seguía nuestras instrucciones para no mojarse ni las uñas de los pies. Mi otra hermana estaba en la casa de una amiga y mi mamá, desde el trabajo, nos llamaba a cada rato para aconsejarnos y para que mantuviéramos la calma.
Con papá seguimos sus consejos e hicimos una provisión de galletitas y demás cosas dulces, en la alacena alta. También nos había dicho que agarráramos mantas y abrigos porque “iba a llover toda la noche”. La noche iba a ser larga…

Desde el aire, el fotógrafo Charly Díaz Azcué retrató la avenida 13 inundada, con simetría casi perfecta.

El agua estaba por tocar nuestras rodillas, cuando decidimos subir a mi hermana arriba de una barra que tenemos en el escritorio. Allí, a un metro treinta de altura, estaría a salvo, no teníamos dudas. Era la medianoche y había dejado de llover, así que creíamos que en cualquier momento el agua comenzaría a bajar. 
Nada. Por debajo de las puertas, en forma de catarata a través de las ventanas cerradas y hasta por las cerraduras, seguía entrando esa agua aceitosa que tenía un olor que aún hoy nos queda impregnado en la nariz. Ya me llegaba a las caderas. Yo tenía puesta una pollera de jean, que estaba completamente bajo agua, y una remera de manga corta, que estaba empezando a mojarse. Eso me dio mucho frío, no podía parar de temblar.
Estuve el resto de la noche pegada a la barra, conteniendo a mi hermana que por momentos lloraba porque quería “que venga mamá” y por momentos hacía chistes y se reía. Ella se lo tomó muy relajada, nunca tuvo miedo ni frío, pero sí se quejaba de que le dolían los pies y quería estirarlos o de que estaba contracturada –estaba sentada en un cuadradito mínimo entre el equipo de música y la pared-.
Al contrario de lo que dicen las teorías del tiempo psicológico con respecto a los momentos difíciles, esa noche los minutos no se me hicieron interminables ni tuve la sensación de que las horas no pasaban más. Ya sea por los nervios o por el continuo interés en salvar la máxima cantidad de cosas que se pudiera, lo cierto es que la noche se me fue volando.


Mi papá iba y venía. Trataba de mirar por la ventana de la puerta sin abrirla, hasta que el agua que había adentro de casa se equiparó a la que había en la calle. Afuera, según lo que me contaba, era un río. Pasaban flotando grandes bultos negros que, en la oscuridad, no se alcanzaba a distinguir qué eran. Al día siguiente, una reposera apareció enganchada en las rejas de la entrada.
Lo mismo sucedía adentro. Hojas de árboles y bichos entraban y se pegaban a las paredes. El agua ya me tocaba el ombligo y ahora no sólo navegaban por todos los ambientes fotos, lapiceras, libros, sino que también los muebles. Las sillas y sillones flotaban, las camas flotaban, las mesitas de luz y también los aparadores. Las mesas eran lo único que parecía estar sobre tierra firme por el peso que tenían arriba, pero ni se veían. El agua ya las había tapado y las cosas que creíamos que allí estarían a salvo quedaron bajo agua.
Las pilas de revistas, que habían pasado del piso a la cama y de la cama a la mesa del escritorio, ya estaban sumergidas. Había hecho todo lo posible por salvarlas, pero no se podía hacer nada más. Estuvieron al lado mío toda la noche y era ver mi querida colección de años ahogarse. Me quedó grabada la imagen de cómo se hundía una Vogue Italia con letras verdes y una Bazaar Argentina con Tati Cotliar en tapa, algunas de las que estaban más arriba.
También había libros de moda y obras de Hemingway, Fitzgerald y Dostoievski que había leído últimamente, en vías de destruirse. El agua todavía no había llegado a ellos pero, si la cosa seguía así, tarde o temprano los iba a tocar. Ya resignada, no se me había ocurrido nada hasta que decidí subir algunos a la barra, al lado de mi hermana.


Hacía un rato que el agua se había estancado a la altura de mi cintura, el frío aumentaba y yo percibía que las fuerzas se me iban. Tenía las piernas entumecidas, no las sentía, y por eso intentaba estirarlas para adelante y para atrás, algo que se me hacía casi imposible por el dolor y la fuerza de empuje. La debilidad que había empezado a notar también la veía en mi papá e insistí en que ingiriéramos algo para recobrar la lucidez. Comimos unos bombones Ferrero Rocher que nos habían quedado de Pascuas y unas galletitas de agua –ja, qué ironía-. También teníamos a mano una botella de licor Amarula a la que estaba dispuesta a recurrir, pero me detuve por miedo a que el alcohol me jugara una mala pasada por tener el estómago casi vacío desde el almuerzo, sumado al frío y las bajas defensas.
Por momentos en lo único que pensaba era en estar seca y descansar. Lograba visualizarme tapada con sábanas perfumadas y frazadas abrigadas en mi cama, o tomando un té caliente, y eso me trasladaba mentalmente a un lugar mejor. Pero, por otros, era más pesimista y pensaba que mi estilo de vida iba a cambiar a la fuerza, que iba a tener que dejar de estudiar y empezar a trabajar para ayudar a mi familia a salir adelante.
Faltaban sólo diez centímetros para que el agua llegara también a mi hermana y ya teníamos pensado subir al techo o atravesar toda la casa y el parque para ir al quincho, donde el terreno es más alto. Sin embargo, de un momento para el otro, cuando mi linterna hizo click una vez más para ver el nivel del agua, vi que en la pared aparecía una marca verde musgo. Nos emocionamos, la pileta estaba empezando a bajar. Esa espera sí se hizo larga, había un progreso pero se estancaba y tardaba mucho. Aún así, veíamos cómo, de a poquito, iban apareciendo una gran cantidad de líneas en la pared que señalaban el final de la pesadilla.
A eso de las cinco de la mañana, todavía de noche y a oscuras, el agua ya había bajado hasta los tobillos cuando escuchamos que golpeaban muy fuerte la puerta. Eran los de la Municipalidad, mandados por mi mamá, desencajada, que nos esperaba a dos cuadras de casa. En un ataque inconsciente e irracional de nervios, me negué a ir con ellos porque no entendía nada y ya sabía que estábamos fuera de peligro.

A la vuelta de casa, un auto que quedó casi vertical y el periodista Rolando Graña lo aprovechó como locación para grabar su programa.

Una vez que comenzó a amanecer ya no hubo rastros de agua, sólo quedaba barro en el piso y un sinfín de cosas destrozadas. Fue en ese momento que empecé a recorrer la casa, después de haber pasado toda la madrugada a oscuras y parada al lado de mi hermana. 
En la cocina, la heladera estaba volcada y la comida, desparramada por el piso. También platos, vasos, cubiertos. Absolutamente todo devastado. En la habitación de mis papás, la cama –o lo que yo creía que era la cama, en realidad era la “parrilla” donde va el colchón- estaba partida en dos, la cómoda dada vuelta y el guardarropas cerrado herméticamente. En el piso de la entrada, un postre Ser que, seguramente, salió de la heladera, nadó y nadó hasta ese ambiente.
Ya era de día y mi papá salió a la vereda. Todos los vecinos, convulsionados, hablaban de lo que habíamos vivido. La desolación se respiraba en el aire. Una calma y un silencio abrumadores, que daban pista de lo que había sido una verdadera catástrofe. Y pensar que, hasta ese momento, no sabíamos la cantidad de vidas que el temporal se había cobrado…
Eran las siete de la mañana y hacía más de doce horas que estaba mojada. Me miré en el espejo y era un fantasma. Blanca como las paredes antes de mojarse, con terribles ojeras, la boca negra y los pelos parados. De terror.
Pasaron unos minutos, vinieron mi mamá y mi tío “a rescatarnos”, y nos fuimos para su casa, donde me di una ducha bien caliente –creo que la más placentera de mis veinte años-, tomé un té y me dormí unas cuantas horas, al lado de mi hermana. La casa de mis tíos se convirtió en nuestra segunda casa por los siguientes cinco días y fue una fuente de amor, atención y contención infinita que nos ayudó a salir a flote.

CLICK para leer "Lo que el agua me dejó", la segunda parte del relato, que tiene que ver con el día D de la inundación y la reconstrucción.

14 comentarios:

Rocio dijo...

Muy bueno tu relato, espero que puedan reponerse pronto de esta horrible situación. Un beso, Rocio.

Anónimo dijo...

Muchas fuerzas, Pilar. Terminé ya de leer tu relato y no paro de llorar. Muchas fuerzas en serio, ojalá la ayuda haya llegado a tu casa y puedan salir adelante. Me imagino qué pasaría si eso me ocurriera a mí, con mis dos hijas de 2 y 7 años, que no saben nader, y la desesperación me hiela el corazón...
Ánimo y, otra vez, mucha fuerza y mucha luz

Marcela

Agustinia dijo...

Muy buena crónica Pilar, te felicito. Te cuento que esa noche yo no estaba en La Plata y hablé con tu mamá por teléfono, ella me dijo que tampoco estaba en su casa y compartirmos la preocupación por quienes más amamos. Mónica me dijo que lo mejor era no salir de la casa. Como decis vos, al dia siguiente supimos todo todo lo que se habia llevado el agua, en mi barrio la vida de varios vecinos. Lamento lo de tus revistas. Un beso grande

Poliedp dijo...

Piel de gallina Pilar!
Tu relato no hizo mas que transportarme al lado tuyo y de tu hermana en esa espantosa noche que tuvieron que pasar juntas tapadas por el agua... A pesar de que fue una verdadera catastrofe, y que la tristeza te invade al haber perdido muchos recuerdos materializados, en tu relato, especialmente en el final que le diste, se puede ver un dejo de esperanza que estoy segura que no vas a perder, sumado a las ganas y empeño que vas a poner para que todo esto mejore.
Fuerza!! para vos, y toda esa gente linda de La Plata que como vecina de Berazategui me ha albergado en mis años de universitaria y me permitio conocer lo mejor de ella.
Un beso enorme, y como ya te dije por twitter, contas conmigo para lo que necesites.

N dijo...

Que tragedia, se me erizó la piel a medida que iba leyéndolo.
Lamento muchísimo lo que te pasó a vos y tu familia, espero de todo corazón que logren salir adelante y nunca más vuelvan a pasar por algo así. Lo importante es que están todos a salvo y unidos, me alegro por eso.
Continuamente hago donaciones para los afectados, en mi universidad se encargan de juntar alimentos, ropa y otros artículos y transportarlos a las zonas afectadas.

Un beso y mucha fuerza.

Agost dijo...

Hay cosas que uno se puede imaginar, razonar y hasta anticipar, pero hay otras que uno da tan por sentado que lo que relatás parece surrealista. Pasar toda una noche con el agua a la cintura, sin tener dónde descansar...esas son cosas que escapan a cualquier imaginación.

Luci dijo...

Ay pili! Te juro que mientras lo leia se me ponian los ojos llorosos y me daban escalofrios! Escribis MUY bien, te juro que lo lei y lo visualizaba como si estuviera ahi. Lo horrible que debio ser todo! No me imagino lo que haria yo en una situacion asi la verdad!
Va a sonar un poco superficial esto, pero cuando escribiste lo de la vogue italia me dolio en el alma, yo tambien tengo una coleccion de revistas que atesoro y creo que si alguna vez les pasa algo no se que haria!
Todo lo mejor para vos y tu familia!!!

besos!!

elita · WANT HER CLOSET BLOG dijo...

Pilar, me dejaste helada frente a la pantalla leyendo cada una de tus palabras. Siento dolor e impotencia cada vez que recuerdo todo lo que paso y, a pesar de haber colaborado con mi granito de arena para uds, me enferma que no haya prevencion. Que los policitos hagan oidos sordos a lo que realmente paso. a la verdadera cantidad de muertos y familias desoladas que perdieron todo. se que es dificil pero me alegro de que estes bien y me encanta poder leer esto de alguien que lo vivio para poder estar un poquito mas cerca. cualquier cosa que necesites, me avisas! utiles, ropa, lo que quieras!
te mando un beso enorme.

Unknown dijo...

Fuerza Pilar!
Muy conmovedor tu relato, me alegro mucho que vos y tu familia estén bien, se me pone la piel de gallo imaginando esa noche.
Ahora hay que tratar de volver a empezar, sabiendo que lo más importante no lo perdiste que es tu espíritu y tus seres queridos!
Un beso grande,
Andy

Unknown dijo...

Conmovedor tu relato. Realmente, devastador. Te felicito y espero la segunda parte. Mucha fuerza para vos y tu flia. Saludos,Sofìa.

Vanda dijo...

Qué relato impactante, Pilar, tremendo. Te felicito por cómo lo escribiste, pero por sobre todo por tu entereza. Esa cantidad de horas con el agua a la cintura, procurando nada más que tu hermanita esté bien, me partió el alma.
Espero que los arreglos en su casa ya estén encaminados y que no les pase nunca más una cosa así.

Priscilla Barreto dijo...

Hola Pili
Que relato emocionante lo tuyo. Es increible pensar como la vida es una locura, es rapida y nos pone a la prueba.
Me entere de las tormentas por la tele,internet y por los amigos argentinos en el face. Y no pude me imaginar en una situacion así. A Poco tambien tuvimos grandes tormentas en rio de janeiro, y la tragedia de la boliche de Santa Maria, pero la naturaleza es sen dudas fuerte y por vezes cruel.
Mis oraciones y pensamientos estan con uds.
Que tengan mucha forza e vivir cada dia.
Yo como una brasileña/argentina estoy siempre con uds y todos los demas que sufrieram de esta tragedia.

besotes
Pri

Unknown dijo...

Que horrible situacion la que te tocó vivir pilar. Muchas gracias por la cronica, a través de ella creo que pudimos entender mucho mas lo que fue esa noche que por medio de lo que nos decian los noticieros. Definitivamente esto demuestra que uno puede ser mucho más fuerte de lo que uno piensa. Fuerza! Espero que tu vida y la de tu familia vuelva a la normalidad cuanto antes. Ya me alegro de que estés escribiendo en el blog nuevamente, significa que están mejor. Un beso grande!

matichica dijo...

Pilar, recién leo este post; no sé cómo se me pasó... La verdad, es escalofriante leer cómo la situación empeoraba minuto a minuto; una pesadilla espantosa. Te admiro la entereza y fuerza para salir a contarlo con esta claridad; ya sabés que estoy para lo que necesites; un abrazo fuerte
Mati:>